Autor: NILTON ROGER MAS ROJAS
Basado en 1Re 3, 26-27 La Biblia
Eran dos rameras de Jerusalén que compartían la misma vida miserable y la misma habitación, y cometieron el mismo error: quedar embarazadas en tales circunstancias. Cuando les llegó el día, dieron a luz, a niños muy parecidos.
Llegada la noche, y mientras dormía, una de ellas aplastó a su hijo, y al advertir que estaba muerto lo acostó junto a su vecina y le hurtó el niño vivo. De modo que ambas acudieron al rey Salomón, pidiendo justicia, sin testigo alguno. En realidad, si había uno: Dios.
Y fue Dios mismo quien inspiró la mente de Salomón, el juez de Israel, quien ordenó a uno de los guardias:
- Usa tu lanza y parte en dos al niño vivo, y entrega la mitad a la una y la otra mitad a la otra.
En ese momento se escuchó un grito de angustia que retumbó en la sala:
- ¡No, Señor mío! Si esa es tu sentencia, mejor entrega el niño vivo a esa mujer, pero no lo matéis.
Al mismo tiempo, se escuchó el iracundo grito de la otra mujer que despejó cualquier vestigio de duda:
- Pues ni para ti, ni para mí. Que lo partan en dos, tal como dice el rey.
Fue entonces cuando Salomón mandó entregar el niño vivo a la primera mujer, y echó fuera de la sala a la segunda mujer.
Hermanos(as):
Este relato no es un elogio a la sabiduría de Salomón, tampoco es una denuncia contra la prostitución y la promiscuidad. Es una exaltación al amor maternal.
Quizá como la mujer aquella, usted también ha sido presa de un vendaval de lujuria y necedad; y aun carente de pudor, sin embargo, ha sabido mantener intacto el amor maternal. Pues el mismo Rey del universo reconoce, aplaude y valora el papel de una madre, tanto así que, hasta prefirió venir a la humanidad a través de una madre terrenal.
muy bonita reflexion
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