domingo, 9 de abril de 2017

DEVUÉLVAME MI VESTIDO BLANCO

Autor: NILTON ROGER MAS ROJAS

Durante la semana santa, y por primera vez, una niña de doce años fue llevada, por su profesora, a la Iglesia.

Quedó maravillada con la presencia de Jesús en la Eucaristía, por lo que al volver a casa pidió permiso a sus padres para ir a misa con mayor frecuencia.

Su padre y su madre fueron enfáticos:

- Eso, ¡jamás! ¡Nosotros no somos idólatras!

La niña no insistió por respeto a sus padres, sin embargo todas sus inquietudes eran absorbidas por su profesora en la clase de religión.

Un domingo, en que se encontraba sola en casa, la niña se puso un vestido blanco muy hermoso y fue a misa. Estaba muy feliz, hasta que sus padres irrumpieron en medio de la celebración, la cogieron con mucha fuerza, vociferaron enfrente de todos y le propinaron tal golpiza que la niña perdió el conocimiento. No contento con ello, su padre la cogió, levantó su débil cuerpecito y la lanzó contra el piso. El golpe provocó un profundo corte en la cabeza de la niña que empezó a sangrar manchándose el rostro y todo su vestido.

Al ver tal escena, los fieles asistentes reaccionaron y fueron a encarar a sus progenitores; pero estos, huyeron abandonando el cuerpo ya casi inerte de su propia hija ensangrentada.

Al cabo de unos minutos la niña volvió en sí, pidió la presencia del Sacerdote y con voz entrecortada, le dijo:

- Muchas gracias Padre por presentarme a Jesús. Ahora, Él me está esperando para partir. Pero antes quiero pedirle que perdone a mis padres por su error, dígales que no les guardo ningún rencor. A mi profesora de religión dígale que la aprecio mucho. Pediré por todos desde el más allá. Me voy feliz junto con Jesús.

El ambiente era de total silencio, pues solo se escuchaba el roce de las lágrimas que derramaban por sus propias mejillas los presentes.

Y la niña continuó:

- Padre, por favor, devuélvame mi vestido blanco.

El Sacerdote le dijo:

- Esta totalmente lleno de sangre, hija, ¿para qué lo quieres?

Y la niña contestó:

- Para demostrarle a Jesús que yo también me voy derramando sangre por mis hermanos.

Todos los fieles su pusieron de rodillas, oraron intensamente cogiéndose de la mano, el sacerdote le acercó el santísimo y alguien le devolvió su vestido blanco ahora totalmente ensangrentado. La niña la cogió, la apretó fuertemente en su pecho, y con una sonrisa dulce en sus labios, dejó de existir.

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