viernes, 18 de agosto de 2017

POR UN MUNDO DE DERECHOS Y DEBERES

Autor: NILTON ROGER MAS ROJAS

Crecí comiendo la comida que mi madre y mi padre podían traer a la mesa.

Siempre respeté a mis padres y a las personas mayores. Aprendí a ceder el asiento, a saludar a cuantos encontraba en mi camino y esperar mi turno para participar de una conversación.

Tuve televisor con dos canales y no lo tocaba para que no se rompiera.

Al despertarme arreglaba mi cama, barría mi cuarto y hasta lavaba mis ropas íntimas.

En la escuela prometí lealtad a la bandera y lo hice con orgullo. Canté fervorosamente el himno a mi Patria con la mano en el pecho.

Tomaba agua de la pila y a veces del acantilado. Andaba con zapatos baratos y en ocasiones con sandalias y hasta con llanques.

Mi ropa, jamás fue de marca, a veces los cocía mi madre y tenía que esperar hasta el domingo para usarlo yendo a la Iglesia. Muchas veces tuve que ponerme la ropa usada que dejaban mis hermanos mayores o mis primos cercanos.

No tuve celular ni tablet, mucho menos computadora. Desde pequeño me deleitaba leyendo un buen libro en compañía de mis padres.

Ayudaba a mi madre en las tareas de la casa y me daba tiempo para hacer mis tareas. Y jamás creí que ello fuera explotación infantil.

Tenía un horario para dormir y otro para levantarme, y eso se respetaba.

Nunca tuve juguetes carísimos pero aprendí a fabricarlos con los elementos que tenía a mi alcance. Oh, cuán feliz fui durante mi infancia.

Cuando sacaba buenas notas no me hacían regalos, pues consideraban que no había hecho nada extraordinario que cumplir con mis obligaciones

Ah pero eso sí, a notas bajas le correspondían un castigo, y tenía que repetir la corrección cien veces en mi cuaderno.

Me daban una fuerte palmada cuando me comportaba mal y crecí sin hacer berrinches en la calle. Y eso era apenas un correctivo y no un caso policial.

Actualmente, no soy un rebelde ni tengo baja autoestima.

Orgullosamente crecí en la generación del permiso, del por favor, del gracias, pero sobre todo del respeto.

Más amor no significa mayor permisividad. La bondad no está reñida con la disciplina. Lo que el mundo y los niños necesitan es más orden, mayor respeto y mejor atención. Un mundo de bondad, educación y amor no es solamente un mundo de derechos sino también de deberes.

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