Autor: NILTON ROGER MAS ROJAS
No me lloren cuando muera, pues aunque quisiera, yo no podré escucharles. Aunque griten allá afuera, su desesperación no miraré.
Si ven mi cuerpo muerto no me pidan perdón. ¿Cómo podría perdonarles? Ya una vez en el lúgubre cajón no podré contestarles.
No me lleven flores, pues no podré olerlas; aunque sean de mil colores yo no podré verlas. Mas bien llévensela a sus casas, yo no las necesitaré, se los aseguro.
No lamenten mi ausencia, tampoco mi lejanía, dejen tranquila su conciencia, pues yo ya no tendré la mía.
No podrán cambiar las cosas, no podrán mejorar el futuro. No piensen en el pasado, porque tampoco podrán cambiarlo. Si hoy no lo han intentado después no podrán lograrlo.
No se desvelen velándome, ¿que ganarán con ello? Ni siquiera sus lágrimas importarán, porque nada con eso cambiarán.
Mas bien, si tienen la consciencia limpia y puro el corazón, recuerden que una vela se apaga, una flor se marchita y las lágrimas se secan. Mas me valdría una oración por mi alma porque ella es la única que Dios escuchará. ¡Ah!, pero eso sí, si creen que hay algo que puedan por mí hacer, háganlo ahora, mientras estoy vivo.
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