Autor: Desconocido
Adaptación: Nilton Roger Mas Rojas
Dos
piedrecitas vivían en medio de otras en el lecho de un torrente. Se distinguían
entre todas porque eran de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol,
brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Ellas conversaban en lo
que serían cuando alguien las descubriera: "Acabaremos en la corona de una
reina", se decían.
Un día,
fueron recogidas por una mano humana y varios días estuvieron sofocándose en
diversas cajas, hasta que alguien las tomó y oprimió contra una pared, igual
que otras, introduciéndolas en un lecho de cemento húmedo.
Lloraron,
suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron
todavía más en aquel cemento.
A partir
de entonces solo pensaban en huir. Trabaron amistad con un hilo de agua que de
cuando en cuando corría por encima de ellas y le decían: "Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de esta maldita pared".
Así lo
hizo el hilo de agua. Y, finalmente, en una noche húmeda las dos piedrecitas cayeron al suelo y, yaciendo por tierra,
echaron una mirada a lo que había sido su prisión.
La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecitas de oro
y de colores formaban la figura de Cristo. Pero en el rostro del Señor había
algo raro: ¡estaba ciego! Sus ojos carecían del iris. Las dos piedrecitas
comprendieron. Eran ellas los ojos de Cristo. Por la mañana un sacristán
distraído tropezó con algo extraño en el suelo. En la penumbra pasó la escoba y
las echó al cubo de basura.
Igual
puede pasarnos a nosotros. Cristo tiene un plan maravilloso para cada uno, y a veces no lo entendemos y por hacer nuestra propia voluntad
echamos a perder lo que él había trazado. Tú puedes ser esas dos piedrecitas, Tú
puedes llegar a ser los ojos de Cristo, pues Él te necesita para mirar con amor a
cada persona que se acerca a tu vida.
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